Dejame que te cuente una historia.
Durante muchos años el tango ocupó un lugar secundario en mi vida. Un lugar de evasión. Nunca había estudiado formalmente. Iba allí, a la milonga, para cerrar los ojos y dejarme llevar. Era mi momento de descanso. Mi expresión dancística se desarrollaba en otras danzas, así que esa necesidad se apagaba en otras circunstancias. Todo cambió cuando me fui de la Argentina. El experto, ya no estaba disponible. Ese señor de entrados años que sabía abrazarme, sabía llevarme con delicadeza, que sabía lo que quería y me lo daba con generosidad, ya no estaba disponible. Esa sabiduría de quien ha bailado tango toda la vida que era tan fácil encontrar en la ciudad porteña de aquella época, aquí no sólo escaseaba, no existía en absoluto. Así que ese, mi momento de evasión, rápidamente se volvió mi momento de frustración. Por lo que no tardé en abandonarlo, casi por completo. Algunos años después, vi una publicidad de un maestro argentino y pensé: ¿Por qué no tomar mi primera clase de tango? Ese fue el comienzo de un nuevo viaje. Un viaje distinto con el tango. Un viaje de auto descubrimiento sin fin. Lo primero que descubrí sobre mí, fue mi miedo a no ser suficiente, a ser juzgada, por quien mira y por el hombre con quien estoy bailando: que la mujer debe esto y la mujer debe aquello. Implicaba mucha presión. Ya no me entregaba sin más al disfrute. Ahora me cuestionaba si era una buena seguidora. Y todo el tiempo bailaba con miedo a pifiarla. Lo siguiente que se hizo patente fue la frustración de no tener el control de mi destino, es decir depender de un hombre que bailara bien para poder disfrutar. De sufrir en algún modo el baile en lugar de ser un creador activo. Fuera positiva o negativa la experiencia no dependía de mí. Me encontraba a mí misma mirando desesperada al hombre más hábil. Y eso me hacía sentir insegura, necesitada, yo que siempre me había considerado una mujer independiente. La tercera cosa que se manifestó fue un deseo de reconocimiento. Escuchaba las conversaciones y tenía siempre la sensación que ese reconocimiento iba solo a los hombres, como si nada dependiera de la mujer. Era él, quien construía el baile y entonces era justo reconocer en él, el éxito de una performance. A ella iban cumplidos por cosas banales, como su belleza y elegancia. Mientras que el reconocimiento de “creador”, de “artista” iba siempre todo y exclusivamente para él. Entonces tomé el toro por las astas y emprendí un nuevo camino. Uno que me devolviera las riendas de mi expresión. Me puse a estudiar con muchísima seriedad el rol de conductor. Poco tiempo después, era un óptimo leader. Lo disfrutaba muchísimo. Empecé a frecuentar la milonga con pantalones y zapatos de varón. Ya ni siquiera tenía interés en bailar en el rol femenino. Cuando llegaba a la milonga sentía las miradas de las otras mujeres sobre mí. Eran miradas de deseo. Señal de que mi baile gustaba. No tardé en ponerme vanidosa como hacen esos hombres, un poco compadritos, que tienen destreza en el baile. Algo sin embargo no terminaba de encajar. Si bien, disfrutaba muchísimo bailando con otras mujeres, mi deseo de expresión se apagaba, había obtenido esa mirada de respeto que deseaba tanto de hombres como de mujeres, la cuestión es que abrazar a un hombre tiene otro gustito. Había adquirido la experiencia de estar del otro lado del abrazo, eso me daba seguridad. Ya no tenía miedo de ser mala seguidora. Por el contrario me había transformado en una gran colaboradora. Solucionaba problemas, estaba atenta a la pista, a la música, pero aun así... Cuando me tocaba un hombre un poco violento, o con poca experiencia me volvía a sentir frustrada. Entonces lo conocí a él, mi gurú. Rodolfo Dinzel. Cacho, mi amado Cacho. Y recibí la lección más grande que nadie me había dado hasta ese momento. “Bailás muy lindo pero estas muy al servicio del hombre. Quiero verte a vos”. Frase que me repitió varias veces, “quiero verte”, “quiero verte”... “quiero verte”. Sumada a otras como “Sos muy obediente vos”, “Todo muy lindo, pero vos ¿no tenés nada que decir? Quiero verte a vos.” En ese momento no tenía ni idea de cómo hacerlo, pero yo también quería que él me viera. Las fichas fueron cayendo con algunos años de estudio. Estudiando el Sistema Dinzel en profundidad. Entendiendo como la mujer puede proponer, puede incluso literalmente guiar. La primera vez que vi a Gloria, mostrar como se hacía se me cayó la mandíbula. Desde entonces repito la escena a mis alumnos cada vez que se presenta la ocasión. Encontrar espacios propios para expresarse en libertad, sin perder la conexión con tu compañero, pasó de deseo a realidad. La confirmación de que las cosas estaba en su lugar, la tuve bailando en el Salón Canning con un señor de unos 80 años. Cuando terminamos el primer tango me dice: “¡Waw, qué lindo! Es como volver a bailar con mi mujer. Las chicas de ahora están esperando que uno haga todo y yo me canso. Ya estoy viejito, viste.” Muy de vez en cuando me sigo encontrando con algún obtuso que detiene el baile para preguntarme: ¿Guias vos o guío yo? Hasta hace muy poco me enfurecía. Pero creo que ya no voy a reaccionar así, daré las gracias y me retiraré. Ya no quiero perder tiempo y energía con quien no quiere comprender. (Además, los obtusos por lo general son pésimos bailarines.) Prefiero encausar mi energía para ayudarte y hacerte más fácil el camino a vos, que estás en la búsqueda de un tango libre y paritario. |
La docencia
Bailo desde niña. Mi pedagogía se basa en un sólido conocimiento del tango argentino (especialmente, pero no solo, del Sistema Dinzel) enriquecido con múltiples recursos de otras disciplinas como el teatro, la música, la meditación y otros bailes que forman parte de mi inquieta y curiosa experiencia.
Cuando evalúo mi experiencia profesional en el campo pedagógico, considero que el logro más significativo fue haber sido invitada a enseñar en el estudio de mis maestros en Buenos Aires. El tango me guió en un proceso de autoconocimiento y crecimiento personal sin fin. Es por eso que mi objetivo hoy es ayudar a quienes están pasando por el proceso de aprendizaje de esta danza para que todos podamos expresar nuestro verdadero yo. |
Amparo Ferrari es maestra nacional de danzas y egresada en Arte del U.N.A. Universidad Nacional de Arte. Docente reconocida por los maestros Gloria y Rodolfo Dinzel. Desde el 2014 coordina y representa la escuela Dinzel en el Veneto. Enseñó en el Estudio Dinzel en Buenos Aires y en varias escuelas y festivales Europeos. ACSI la reconoce por su trayectoria profesional como maestro de Tango Argentino del mas alto nivel. Es invitada para exhibiciones y seminarios a nivel Internacional.